Todavía recuerdo a los malditos que en el colegio se atrevían a decirme “Panelón” o aquellos que también me apodaron por un corto tiempo como el “Anticristo” en mi puberta juventud. Cómo llegué a odiarlos. Me imaginaba dichoso ahorcándolos o golpeando su espalda con la lengua después de habérselas arrancado. Bueno, no, eso es exagerar. Pero en término generales los apodos siempre me resultaron bastante incómodos y molestos. En especial para quien los recibe y en especial aquellos apodos que nos colocan en el colegio de manera burlona y odiosa.
Pero ya creciditos las cosas cambian bastante. No sólo no odiamos tanto un apodo, sino que a veces quisiéramos uno. Se llega a convertir en un código de aceptación social, de reconocimiento y cariño dentro de un grupo humano que te conoce lo suficiente como para ponerte un apodo, para llamarte de alguna extraña manera que reemplaza tu nombre y captura tu esencia.
Es más, nosotros mismos tratamos de retratarnos bajo el amparo de diferentes palabras o figuras literarias que hagan de nosotros un poco más nuestra construcción de nosotros que lo que en verdad somos; algo que en últimas nos eleve y distinga... que Zibanitu, que Redcolor, que Nemrud 21, que Maluka, que el pseudónimo por aquí, que el pseudónimo por allá... todo un circo de identidades que nos hacen especiales y memorables. O también aquellos que nos hacen irreconocibles y nos dejan aventurarnos a ser quien queramos protegidos por una creación que se sobrepone a nuestro verdadero yo (Qué poder el que se tiene al darle nombre a una cosa... que infinito poder el de la palabra...).
Muchas veces nos llaman de diferentes formas nuestros primos, nietos y amigos... y he escuchado apodos realmente escalofriantes, pero depende mucho la manera en que se dice, quién lo dice y el contexto en el que surgió... esto puede justificar y presentar como aceptable casi cualquier cosa.
Y eso que lo digan algunos amantes... sobran los ejemplos...
Todo por feel a part of something, por ser alguien en este mundo fragmentado donde es difícil tener una identidad propia y diferenciarse de las inmensísimas masas que nos rodean... de dejar de ser otro Camilo, otro Felipe, otro, otro y otro... dejar de pasar por tantos lugares, tantas formas, decir tantas veces lo mismo y hacer realmente algo de diferencia, de universo... de dotar a las palabras de un sentido que es superior al original y que le hace perder todo lo ridículo.
Además de sentirnos queridos y cercanos a personas a quienes no llamamos por su nombre y forma de trato social general sino a las cuales tenemos acceso especial y podemos renombrar o llamar de esa manera que sólo unos pocos saben.
Tenemos el derecho de decir, y lo otorgamos; unos pocos podrán decirnos como se les dé la gana decirnos (y temeremos el día que vuelvan a llamarnos por nuestro nombre completo...)...
Finalmente permite que tengamos algo de misterio y entrega la capacidad de jugar a ser Dios. A crear un nuevo ser, a escribir, a pintar, a jugar, a sugerir sin ser del todo nosotros, sino tan sólo una parte de nuestro ser, o podemos adquirir un nuevo rol... en fin... la maravilla de tener un apodo...
Y eso es...: un sobrenombre acogedor que nos protege, nos reidentifica, nos otorga poder sobre nosotros y sobre los demás. Además nos hace diferenciar, nos hace parte de algo más pequeño y especial, una especie de artilugio humano para destacar y sobrevivir, para sentirnos queridos y querer... uno de esos efectismos maravillosos que resalta al yo al tiempo que lo protege y nos permite reinventarnos en los límites ilimitados de la imaginación.
No dejen de visitar http://www.loshilosdemoira.blogspot.com/
Hasta pronto...
D.
Pero ya creciditos las cosas cambian bastante. No sólo no odiamos tanto un apodo, sino que a veces quisiéramos uno. Se llega a convertir en un código de aceptación social, de reconocimiento y cariño dentro de un grupo humano que te conoce lo suficiente como para ponerte un apodo, para llamarte de alguna extraña manera que reemplaza tu nombre y captura tu esencia.
Es más, nosotros mismos tratamos de retratarnos bajo el amparo de diferentes palabras o figuras literarias que hagan de nosotros un poco más nuestra construcción de nosotros que lo que en verdad somos; algo que en últimas nos eleve y distinga... que Zibanitu, que Redcolor, que Nemrud 21, que Maluka, que el pseudónimo por aquí, que el pseudónimo por allá... todo un circo de identidades que nos hacen especiales y memorables. O también aquellos que nos hacen irreconocibles y nos dejan aventurarnos a ser quien queramos protegidos por una creación que se sobrepone a nuestro verdadero yo (Qué poder el que se tiene al darle nombre a una cosa... que infinito poder el de la palabra...).
Muchas veces nos llaman de diferentes formas nuestros primos, nietos y amigos... y he escuchado apodos realmente escalofriantes, pero depende mucho la manera en que se dice, quién lo dice y el contexto en el que surgió... esto puede justificar y presentar como aceptable casi cualquier cosa.
Y eso que lo digan algunos amantes... sobran los ejemplos...
Todo por feel a part of something, por ser alguien en este mundo fragmentado donde es difícil tener una identidad propia y diferenciarse de las inmensísimas masas que nos rodean... de dejar de ser otro Camilo, otro Felipe, otro, otro y otro... dejar de pasar por tantos lugares, tantas formas, decir tantas veces lo mismo y hacer realmente algo de diferencia, de universo... de dotar a las palabras de un sentido que es superior al original y que le hace perder todo lo ridículo.
Además de sentirnos queridos y cercanos a personas a quienes no llamamos por su nombre y forma de trato social general sino a las cuales tenemos acceso especial y podemos renombrar o llamar de esa manera que sólo unos pocos saben.
Tenemos el derecho de decir, y lo otorgamos; unos pocos podrán decirnos como se les dé la gana decirnos (y temeremos el día que vuelvan a llamarnos por nuestro nombre completo...)...
Finalmente permite que tengamos algo de misterio y entrega la capacidad de jugar a ser Dios. A crear un nuevo ser, a escribir, a pintar, a jugar, a sugerir sin ser del todo nosotros, sino tan sólo una parte de nuestro ser, o podemos adquirir un nuevo rol... en fin... la maravilla de tener un apodo...
Y eso es...: un sobrenombre acogedor que nos protege, nos reidentifica, nos otorga poder sobre nosotros y sobre los demás. Además nos hace diferenciar, nos hace parte de algo más pequeño y especial, una especie de artilugio humano para destacar y sobrevivir, para sentirnos queridos y querer... uno de esos efectismos maravillosos que resalta al yo al tiempo que lo protege y nos permite reinventarnos en los límites ilimitados de la imaginación.
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Hasta pronto...
D.
1 comentario:
Daniel
Me fascina tu fuerza expresiva. Se nota que circula la sangre por tus palabras. Es texto vivo...
En cuanto al tema de los apodos, creo que unos son bien intencionados y son los que nos hacen sentir "abrigados", pero también existen los apodos que se han enunciado sólo para "golpear"... Uno recibe el apodo que "abriga" y deja con sus autores aquel que "golpea"...
Mercedes
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