Cuando era pequeño solía resolver ciertas dudas con mi padre...
Era cuestión de una curiosidad más bien común en los niños de mi edad por ese entonces (4 a 12 años), y de cuyo fruto surgieron muchas cosas que, más allá de ser interesantes, fueron muy bonitas y alimentaron mi espíritu con especial ensueño...
Alguna vez, por ejemplo, le pregunté sobre las luces rojas dispuestas en la falda de las montañas, sí, aquellas que resplandecen titilantes a lo largo de las noches (nada más que algunos faroles que evitan choques por parte de aviones y otras luces significantes para diversos oficios). Él me respondió que cada una señalaba la cueva de un Dragón, y que si observaba con atención la morada de estas bestias conseguiría, con algo de suerte, divisar alguno de estos fieros animales.
Posiblemente él no recuerde cuándo me contó esto. Mucho menos imaginará que pasé más de una noche bajando a mirar por la ventana, con la esperanza de presenciar la magnificente e imponente envergadura de cualquier alado Dragón.
En otra ocasión estábamos de viaje o paseo o algo así con la familia, y rodeamos un gran hueco que estaba en la tierra cercado por varias volquetas con tierra (un relleno sanitario que construían por la época en algún lugar de cuyo nombre no puedo acordarme). Pregunté por la razón del hueco, y mi padre me dijo que estaban echándole tierra a una abertura en la tierra, valga la redundancia, porque era un vacío creciente que se estaba tragando el planeta, y que por eso lo llenaban de arena y de más tierra todo el tiempo, pues querían evitar que no se tragara las casas y las cosas así (Umh, me creí que le echaban tierra un gran hueco para salvar a la tierra de que se la tragara la misma tierra... qué menso...).
En todo caso, a pesar de que mi mamá lo trató de desmentir en ese momento, estuve angustiado durante un tiempo, y pedía y le hacía fuerza a los sujetos de las volquetas porque nos salvaran el pellejo...
Se podrán imaginar lo que pasó cuando me dijo que el payaso de la película La cosa era real. Tuve al menos un par de horrorosas pesadillas y el recuerdo permanente de su imagen en mi memoria...
Así como estas podría relatar algunas historias más, pero ya está demostrado cómo de cada palabra se alimentó mí ser; incluso a pesar de que él nunca tuvo total intención ni conciencia de conseguir el efecto que obtuvo en mí...
Pero lo que sí es cierto, es que pude hacer realidad en mi mente lo que mi padre me decía una y otra vez, entendiendo, como en El gran pez, que la vida que uno vive es aquella que uno quiere vivir, que uno elige vivir, y que uno tiene en su mente como cierta, porque nada es más real que aquello en lo que uno cree.
... Y he ahí la belleza y la verdad del único artilugio que nos puede hacer salir bien librados de esta batalla que es la vida: La alquimia que se hace con los sueños, la imaginación y la buena energía, sobre el absurdo, la tristeza y el dolor que podemos encontrar a diario en el oficio, a veces expléndido, a veces nefasto, de existir...
Era cuestión de una curiosidad más bien común en los niños de mi edad por ese entonces (4 a 12 años), y de cuyo fruto surgieron muchas cosas que, más allá de ser interesantes, fueron muy bonitas y alimentaron mi espíritu con especial ensueño...
Alguna vez, por ejemplo, le pregunté sobre las luces rojas dispuestas en la falda de las montañas, sí, aquellas que resplandecen titilantes a lo largo de las noches (nada más que algunos faroles que evitan choques por parte de aviones y otras luces significantes para diversos oficios). Él me respondió que cada una señalaba la cueva de un Dragón, y que si observaba con atención la morada de estas bestias conseguiría, con algo de suerte, divisar alguno de estos fieros animales.
Posiblemente él no recuerde cuándo me contó esto. Mucho menos imaginará que pasé más de una noche bajando a mirar por la ventana, con la esperanza de presenciar la magnificente e imponente envergadura de cualquier alado Dragón.
En otra ocasión estábamos de viaje o paseo o algo así con la familia, y rodeamos un gran hueco que estaba en la tierra cercado por varias volquetas con tierra (un relleno sanitario que construían por la época en algún lugar de cuyo nombre no puedo acordarme). Pregunté por la razón del hueco, y mi padre me dijo que estaban echándole tierra a una abertura en la tierra, valga la redundancia, porque era un vacío creciente que se estaba tragando el planeta, y que por eso lo llenaban de arena y de más tierra todo el tiempo, pues querían evitar que no se tragara las casas y las cosas así (Umh, me creí que le echaban tierra un gran hueco para salvar a la tierra de que se la tragara la misma tierra... qué menso...).
En todo caso, a pesar de que mi mamá lo trató de desmentir en ese momento, estuve angustiado durante un tiempo, y pedía y le hacía fuerza a los sujetos de las volquetas porque nos salvaran el pellejo...
Se podrán imaginar lo que pasó cuando me dijo que el payaso de la película La cosa era real. Tuve al menos un par de horrorosas pesadillas y el recuerdo permanente de su imagen en mi memoria...
Así como estas podría relatar algunas historias más, pero ya está demostrado cómo de cada palabra se alimentó mí ser; incluso a pesar de que él nunca tuvo total intención ni conciencia de conseguir el efecto que obtuvo en mí...
Pero lo que sí es cierto, es que pude hacer realidad en mi mente lo que mi padre me decía una y otra vez, entendiendo, como en El gran pez, que la vida que uno vive es aquella que uno quiere vivir, que uno elige vivir, y que uno tiene en su mente como cierta, porque nada es más real que aquello en lo que uno cree.
... Y he ahí la belleza y la verdad del único artilugio que nos puede hacer salir bien librados de esta batalla que es la vida: La alquimia que se hace con los sueños, la imaginación y la buena energía, sobre el absurdo, la tristeza y el dolor que podemos encontrar a diario en el oficio, a veces expléndido, a veces nefasto, de existir...
1 comentario:
Qué bonito me ha parecido leer este texto tuyo, claro porque alcanzo a imaginarme a tu padre en esas y a tí con esos ojos grandes que tienes bien abiertos, asombrado, buscando respuestas a la información que se te daba. La fantasía de los niños me deslumbra por estos días especialmente, o sino pregúntale a Valentina.
Un abrazo Dani,
Martha
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